
Podríamos utilizar un titular más largo, pero en realidad no hace falta. Y podría parecer de perogrullo lo que significan esas cuatro palabras, pero no estamos hablando de nuestra vida solamente (que también). A lo que nos referimos es al teletrabajo. Y a cómo, pudiendo por fin haber virado hacia una cultura realmente remota, seguimos anclados en el 16 de marzo de 2020.
Hace apenas un mes hemos realizado dos formaciones con dos empresas multinacionales del motor y la consultoría. Y en ambos casos, tras casi 365 días ejerciendo tareas de manera deslocalizada, nos pedían ayuda para ser capaces de ser productivos.
No es que no lo fueran, todo sea dicho, porque desde el primer confinamiento todo ha salido adelante, nadie ha sido despedido y los clientes y las personas externas con las que se relacionan han sufrido los mismos problemas.
Pero, de manera común, han expresado diversas preocupaciones acordes a la mayoría de la sociedad, que pasamos a desgranar porque se han convertido en absolutamente comunes:
No saben desconectar. Estén en casa, en la oficina o en modelo híbrido, no hay forma de salir del bucle que te da la sensación de tener que estar siempre disponible.
Realizan demasiadas reuniones, demasiado largas y acaban restándose tiempo de trabajo que luego deben recuperar a deshoras.
Echan de menos las bromas y resoluciones rápidas con compañeros a nivel físico.
No son capaces de establecer protocolos sobre cuándo o cómo se pueden comunicar (o directamente interrumpir) entre equipos o hasta departamentos.
Las pausas que se habían convertido en obligatorias y recurrentes en el espacio común (cafés, estirar las piernas, pasear mientras se hace una llamada…) han desaparecido y no las trasladan a su día a día remoto, lo que incrementa el cansancio físico y mental.
Intentan compaginar su vida personal y profesional pero el hecho de tener que estar conectados obligatoriamente en unas horas determinadas impide avanzar en cosas que podrían realizar para conseguir más tiempo libre al finalizar su jornada.
No son capaces de establecer objetivos claros que permitan momentos de concentración dependiendo del perfil de cada personal del equipo.
A pesar de usar (por obligación en muchos casos) herramientas como Teams, WebEx, Slack o Facebook Workplace, no las dominan y acaban convirtiéndose en notificaciones duplicadas a causa del abuso del correo electrónico y la mensajería instantánea.
Podríamos seguir enumerando problemáticas, entre otras cosas porque además confluyen muchas otras dependiendo de la tipología de las compañías y los empleados que éstas integren en su organización. Pero este análisis solo nos lleva a una realidad.
Teletrabajamos, sí, pero por necesidad, con numerosos errores y sin formación adquirida.
¿Cuánta vida vamos a perder hasta que decidamos hacerlo bien y convirtamos esta oportunidad en una opción real de productividad, disfrute del ocio, movilidad y conciliación?